Carta abierta de una que no quiere ser mamá
Es cierto, ya llegué a la edad en la que no me invitan a fiestas de quince años, sino a baby showers y matrimonios; el inicio de mi Facebook está lleno de ecografías con pie de fotos que señalan “la mayor bendición de nuestras vidas” y fotos, muchas fotos, demasiadas fotos de la luna de miel de los recién casados. Esto, en realidad, no significaría un gran problema para mí, si darle like a esas fotos o asistir a esas celebraciones no viniera acompañado, a manera de respuesta, de un codazo, una sonrisa entre pícara y fingida y un “¿y tú para cuándo?”. Me esfuerzo por no responder “¿Yo para cuándo qué o qué?, a esa incómoda y reiterativa pregunta. Pero como habrán notado, sólo me sale otra sonrisa el doble de fingida y un “vamos a ver”. Los reencuentros con mi promoción del colegio ya no se hacen en bares hasta el amanecer sino que, por el contrario, tienen lugar en asados y almuerzos en los que no hay inconveniente con llevar a los niños. Algunos tienen de a dos o tres y otros, ostentan el mismo número de matrimonios fallidos. “¿Y tú para cuándo?” Pero ya me cansé de responder “Vamos a ver” nada más por huirle a una discusión sin fin. Como sabrán, muy a su pesar, yo estoy ubicada del otro lado, del de los que no tenemos/queremos hijos y que, por mucho, andamos con un par de sobrinos a los que malcriar y alcahuetear. Pero así estoy bien, en serio, dejen de preocuparse por mí. Sé que cuesta entender que algunos no nos casemos por decisión propia, cuando nos han educado para que ese sea el irremediable destino. Y, peor aún, sé que explicarles el tema de los hijos es difícil; que nos parece bonito, pero de lejitos, que no me siento “menos realizada como mujer” por no parir y que, sí, seguro la alegría que les dan sus hijos no se compara con nada en el mundo, pero ¿a qué no adivinan? No me muero por comprobarlo. Ya me cansé que tilden mi vida de frustrada y cobarde. Ya me han dicho muchas veces que las trasnochadas por cambiar pañales son apenas una pequeña cuota por toda la alegría y felicidad que les traen sus hijos. A mí me hace muy feliz que sean felices. También me hace muy feliz que mis trasnochos dependan nada más de mí, que pueda darme el lujo de no llegar a mi casa un día o de quedarme encerrada en ella todo un fin de semana, nada más porque se me antojó y porque a duras penas tengo que lidiar conmigo misma. También me cansé de que asuman que es una decisión egoísta. Puede que sí, puede que no querer darle mi cuerpo, mi tiempo y mi vida a alguien más sea egoísta; pero estoy segura de que tener hijos, nada más por miedo a no quedarse solo, también lo es. Ojalá sus motivos sean distintos. Ser madre, padre, esposo, esposa es nada más una de las tantas opciones de vida que se pueden tener, no es el destino único e irremediable. Yo respeto el modo de vida de quienes lo escogen, tampoco dudo que sean absolutamente felices, ¿por qué se empeñan, entonces, en determinar que mi opción de vida, está ligada a la infelicidad, la soledad o el vacío? Se han atrevido a decir que quienes no tenemos hijos, lo hacemos por miedo ¿a qué? No sé. Pero tal vez sí y tal vez, en mi caso, ese miedo esté ligado a meterme en algo de lo que no voy a poder salir, en caso de que no me guste. Porque parte del lujo de no tener hijos, radica en que nada es lo suficientemente trascendental, como para quedarse en ello toda la vida. Se puede huir y es que la ley del aguante está sobre estimada. A pesar de lo egoísta que puedo parecer por no hacer lo mismo, ahí estoy cumpliendo con dejarles más campo y oxígeno a los futuros científicos, médicos, inventores, astronautas y artistas que ustedes van a traer al mundo. Sean felices pero, sobre todo, no conviertan la maternidad en un dogma, hasta los más creyentes pueden dejarlo de ser y luego les toca conseguirse un Papa moderno que reactive esa vuelta.